Por Eduardo Valentín Muñoz.  

“Cuando retorno a esta cultura de la fe, los primeros que recuerdan son los sentidos”, decía Eugenio Barba en 1992 ante un grupo de jóvenes que se preparaban para formar parte de la experiencia creadora y representativa como arte del rito en el Odin Theatre de Dinamarca. Este es el punto de partida para muchos grupos de teatro en el mundo, que a partir de esta filosofía propician una mirada a formas de teatralidad que se encuentran en las fiestas tradicionales de sus propias comunidades, que a través de procesos sincréticos configuran por memoria histórica y colectiva, manifestaciones de barroquismo simbólico.

Una de estas manifestaciones son las celebraciones religiosas cargadas de colorido y fe, las procesiones de “La Semana Santa”, donde los participantes forman parte de cada hecho representado como el arte de la ritualidad. Con el debilitamiento del cristianismo en su capacidad de darle sentido a la sociedad de nuestros días, debido a la sustitución del paradigma cristiano por el nuevo Dios-Mercado, las procesiones como eventos de fe, están dejado de funcionar como rituales simbólicamente significativos, y se han convertido en espectáculos culturales de masas insertos dentro de las lógicas que son propias de la sociedad de consumo capitalista, sin más propósito real que servir como elemento para el ocio y la diversión, como fomentadora del turismo y como incitación al consumo de los productos gastronómicos y principalmente de alcohol y otras drogas,  donde podemos ver la dualidad de las personas, la procesión de Cristo, los vestuarios,  las velas, las flores, las esencias, la gente que canta y ora en largos trayectos, para luego disfrutar de sus posibilidades de consumo.

 teatro semana santa

Dentro del mundo religioso y la ritualidad, la fe se sostiene en la oración, que ya es en sí misma una proyección de energía con un sentido claro. Hay una imagen precisa a la que se dirigen y en la inmovilidad del cuerpo, la energía se hace presente desde la palabra y el pensamiento, así como en la meditación profunda. En todos estos momentos hay una conexión de la mente con nuestro cuerpo y nos permite emanar energía.

En el Teatro, estos procesos de asimilación de prácticas de sincretismo ritualístico, de teatralidades, y formas representativas originarias, fueron estudiadas y asimiladas a la dramaturgia desde Brecht, Grotowski, Meyerhold, Benjamín, Artaud, entre otros creadores escénicos, que rompen en su momento con una forma de hacer un teatro de reproducciones de esquemas, que basaban su éxito en el manejo del texto verbal, sin sus trascendencias originarias. En nuestro caso, los asumimos como una transición, como un viaje constante hacia la exploración, la investigación, el descubrimiento, la búsqueda permanente, donde no hay fórmulas ni puntos de llegada.

En esta tarea nos encontramos con maestros como Miguel Rubio y Beto Benites (“Yuyachkani”), Mario Delgado y Carlos Cueva (“Cuatrotablas”), Willi Pinto (“Maguey”) y otros, que nos ayudaron a encontrar nuestro propio camino; es decir, los principios de nuestro entrenamiento basados en una nueva concepción bioética del mundo; conscientes de que el nuevo actor, desde su raíz originaria, necesita apropiarse de una técnica corporal para desarrollar su presencia escénica a partir del descubrimiento de sus fuentes de energización, transformarla luego en fuerza representativa. Es este un proceso donde el actor de “Barricada” encuentra la posible transición entre su vida y su presencia cotidiana, hacia la “otra orilla”, hacia su vida y su presencia extra-cotidiana en el escenario.

Siendo este concepto uno de los puntos de partida de esta capacidad que desarrolla el actor de “Barricada” para transformar su cuerpo y poder entrar en una segunda piel, desnudándose de sí mismo, para transformarse en escena en el personaje de la ficción y sus conflictos simbólicos y culturales, se está ubicado en el centro de la representación teatral. Encarna al ser imaginario con su cuerpo y su voz como instrumento de representación.

El espectador observa, mientras es alentado a fundirse en la nueva ritualidad, derribando las posibilidades catárticas, para elevarse a los niveles del pensamiento crítico. Sólo en este espacio de “encuentro” es donde nos preparamos para una vida nueva. Ese es el lugar de los que buscamos un compromiso con la bioética, como una reserva ecológica de la humanidad (como dice Mario Delgado), con el coraje que supone esta extra-cotidianidad para VIVIR EL TEATRO. No para vivir del teatro, ni vivir para el teatro en una inmolación que victimiza.

¡Viva el Día Mundial del Teatro! ¡Viva el Teatro como contrapoder! ¡Viva el Teatro como resistencia desde el activismo del pensamiento y la práctica teatral! ¡Viva el Teatro como oposición a la impunidad de los poderes dominantes! ¡Vivan los hombres y las mujeres del teatro peruano que estamos exentos de las mezquindades del mercado!

Artículo extraído de la web: http://wanka.pe/mensaje-de-barricada-el-dia-mundial-del-teatro-se-encuentra-con-la-semana-santa/

Comparte!Share on Facebook0Tweet about this on TwitterShare on Google+0Email this to someone

Participa

Comentarios

Mostrar en Mapa Cultural